lunes, 16 de marzo de 2015

EL PAISAJE EN LA POESÍA DE JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS. El paisaje rural.



EL PAISAJE EN LA POESÍA DE JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS















LAS FUENTES PRINCIPALES

Dos son las fuentes principales de la concepción del paisaje como elemento interiorizado del poeta, una en verso y otra en prosa poética, sin radicalizarnos en esta clasificación que admite muchos matices, pero que son fundamentales como núcleos de ese concepto de paisaje que José Antonio Muñoz Rojas nos transmite, especialmente en su acepción de paisaje rural, del paisaje del campo de Antequera: Una en verso, nucleada en Cantos a Rosa, y otra en Prosa poética en torno a Las cosas del campo .
En Cantos a Rosa , y en el lenguaje poético el paisaje se muestra más íntimo, más dulcificado y totalmente humanizado, asumiendo esa postura del poeta de comunión con la tierra, como vemos en el poema XIV y último de Novísimos a Rosa , incorporados en 1998:

Sólo eso: pisar, sentir la tierra
por la mañana con la fresca; que el rastrojo
cruja bajo tus pies cuando lo andas;…

Es en Las cosas del campo donde la humanización del paisaje se acerca a la sublimación, donde el campo respira a través del poeta con su profundo ensimismamiento en las raíces de las que no se desprende, desde las que surgen los poemas más intensos, la respiración acompasada de quien sabes de los ocultos sortilegios y misterios de la tierra que nos desvela en un acto de reivindicación de su profundo enraizamiento. Como señor rural, desde La Casería del Conde, su privilegiado observatorio y retiro, el mayor asombro se lo produce lo que la naturaleza nos depara cada año. Desde las cosechas hasta el misterio de las yerbas silvestres innominadas. 


“Sé algo de la tierra y sus gentes. Conozco aquélla en su ternura y en su dureza, he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermosura. Los cierro  y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo alto. Todo el campo vuela pausadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una encina huérfana anta una historia….”
LAS COSAS DEL CAMPO


EL PAISAJE RURAL


En Las cosas del campo describirá el paisaje del campo como sólo puede hacerlo quien es su propia carne, empezando por los lugares más humildes de los que extrae su profunda verdad, como son  las herrizas:
 “Refugios de la hermosura, herrizas, únicos lugares donde la Naturaleza hace de las suyas bellísimas. Da gloria tras tanto campo arado, tras tanto olivo compuesto, tras tanto surco ordenado, tras tanto habar sin libertad, este puro reino de la libertad y la hermosura  que son las herrizas…”

Así el terreno seco, tras el verano gozoso:
“La sequía lo va agostando todo. Apenas cae un hilillo de agua en la alberca. El campo comienza a recogerse. Los tordos vienen a los higos tardíos y a las uvas primeras…”
 Los rastrojos, cuyo incendio anticipa el otoño y dejan la tierra pelada. Un espectáculo singular con los frentes encendidos corriendo veloces o lentos, según la densidad de los trigales,  es genialmente descrito en toda su plasticidad:
 “ Estas hogueras de los rastrojos, se me antojan el sacrificio final al terrible dios del verano. Se alargan los festones de llamas  por el atardecer, acendrándose en la oscuridad, estallando donde el forraje tuvo más cuerpo, atenuándose donde la mies estuvo mermada…”   

Asimismo en la II parte – añadida en 1990- de Cantos a Rosa, Póstumos a Rosa, describe el incendio nocturno de  los rastrojos, con metáforas únicas, excelentes imágenes:

“…anoche ardieron
los rastrojos, una hermosura
de fuego que en festones se corría
de gozo, dando saltos, crepitando,
la llama daba brincos, le ponía
un rostro diferente a los contornos,
sorprendida la noche en sus silencios
por la herida que abría en sus costados
la navaja de las llamas…”


Y, la tristeza del invierno donde:
 Todo se está quieto. Los caminos perdidos con las lluvias últimas y el agua derramándose sin uso y sin tasa, por zanjas y regueras, hace más solo el campo con su rumor. Bella, mineral y fría…”


El paisaje fluvial, la exaltación de los ríos, como protagonistas de la dicha , como canta en el poema III de Cantos a Rosa:

“:::Las formas
de la dicha nacieron en los montes
y bajaron al llano con los ríos,
 hacia la mar segura con las aguas.”

Otras veces el protagonista del paisaje es un árbol, como el olivo y sobre todo los sabios  y profundos  olivos viejos:
“ Todavía en medio de los ordenados olivares de hoy, aobresalen a veces restos de olivos viejos de casta distinta, lechines, manzanillos, injertos algunos en acebuches por las cercanías de montes y cañadas, rebajados otros, hijos de mala madre, sin orden en su conjunto, tan libres, altivos y desgreñados, tan pródigos y llenos de poesía…”

O los álamos blancos, con su luz clara en los veranos:
“Alegría de envés de plata y haz de verde, juego en el viento y en la luz, marecilla de frescor en la calina, ligereza que el verano echa sobre los días…”

Y los olmos junto al río, como vemos en Las sombras:
“Va el río tranquilo. Altos los olmos, altas las cornejas que los visitan. Dulcemente desvaído el cielo o cargándose de nubes, o bajando mantos de neblina a cubrir los campos de alazores, paz tendida, tendidos los ojos en la paz. Como el río en su mansedumbre…”

O el punteado de las viñas sobre las colinas, también en Las sombras:
“Esta colina de viñas, rodeada de tierras rojas , apuntando ya al sarmiento, saca al campo de su lecho, lo yergue, lo trasplanta al aire…”

Y su presencia en la huerta, en el poema X de Cantos a Rosa:

“…Y las viñas
y los olivos y los romerales,
y las abejas y las siempre hermosas
caracolas…”

 La capacidad transformadora de los almendros, en Las cosas del campo :
“ Y donde hay un almendro hay un poquito de luz que es un temblor. ¿Un temblor? ¿Una música? El aire está delicado alrededor del almendro. Dentro de unos días, cuando menos se espere, temblará. Ahora solo abriga la sierra unos colores increíbles, hondos, morados,  verdes, un vaho de ternura que la ciñe…”
O los tilos, emocionante sensación , en el poema XVII de “Cantos a Rosa”:

“…Mira los tilos, mira las gayombas
volcándose en el aire. Tú no sabes
lo que se siente cuando se derrama
un tilo en las espaldas…”


Y el triste ciprés, del Convento en “Las Musarañas”:

“:::Subía el ciprés alto y prieto  por cima de las tapias de su patinillo, negro contra lo azul y lo blanco…”

El color se expande en numerosos poemas y textos como éstos de Cosas del campo, tan hondamente plásticos y definitorios de unos paisajes luminosos, absolutamente impresionistas:
 El esplendor de los narcisos y lirios, entremezclados sus amarillos y azules :
“…allí una tierra increíble donde crece el narciso silvestre, amarillo y aromoso, y el lirio blanco y azul, casi ángel de las flores.”.

El verde intensivo de los trigales:
“…Aprovecha el sol la menor rajilla entre las nubes para colar una lanzada de luz y calor sobre los verdes que a él solo esperan para amarillear.”.
 El azul del cielo en “Las anchas tardes” de “Las Musarañas”:
 “ Estaba el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas, llenándolo todo de azul…”
O el blanco de las nubes:
“ Es un ligero humo blanco primero,  tenue, casi invisible, un algodoncillo sobre la sierra que se confunde con la nieve, y luego unas manos inmensas  que van palpando el azul, estrujándolo, ciñéndolo en grandes lagunas por donde se escapan los ojos…”.

 Y el mismo poeta habla de la pintura, impresionado por el amarillo de los jaramagos:
“…Parece como si un inmenso pintor con una brocha anchísima se hubiera entretenido en ir pintando de amarillo las camadas de los olivos, punteando de amarillo zanjas y lindes, cercados y senderos, dejando en claro los redondeles de los olivos…”.
Y de los violetas del ocaso:
“ :::Vamos por el rastrojo y cruje. La sierra se avioleta y con el sol último incendia su perfil…”,  “ La tarde bellísima…la sutil línea de las montañas, las maravillas del morado, del gris más encendido, más opaco, de su color;…”

En el soneto VII de “Abril el alma”, hay una descripción del huerto en el que emerge el color con la misma fuerza, en este caso el verde de los granados, el blanco de los olivos y el amarillo de los sembrados y de las gayombas:

Aquí tienes, amor tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados
que abril dejó de vede coronados,
y junio con sus flores ha cubierto.

Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto….”

Además el huerto, unida a él, la casa conforma el punto en  que se hace enormemente fuerte el enlace de la intimidad de tierra y hombre, constituyendo el punto material , como hito, de esa íntima comunión. Un símbolo en el paisaje.

En el poema VIII de Coplas en el “Cancionero de la Casería”, leemos sobre la Casería del Conde:

“¡Y esta casa tan bella!
Cuando vengo de lejos
a caballo, entre olivos,
me parece a lo lejos
un barco en estos mares
de olivos, empujado
por olas de olivares,…”

Y en el poema 8 de “Consolación y lugar el corazón”, de nuevo la casa y el huerto:

“El agua aquella, alhaja, mi Alhajuela,
y huerto (el agua corre) de granados,
y sierra ( el agua loca) de ganados,
en donde mi nostalgia se consuela…”

La Alhajuela, tan bien cantada en “Las musarañas” donde le dedica un capítulo:
“…El agua corría y corría, estaba fría, daba gloria hundir en ella las manos los estíos, oler en el jardín la yerbabuena, ver el culantrillo tras su limpio cristal…Estaba allí la Alhajuela entera, para nosotros,…Nunca se quedó allí la Alhajuela, sino que nos siguió siempre….A cada uno le es dado y arrebatado una vez en la vida el paraíso. El nuestro fue siempre la Alhajuela.”

 En “Los lugares del corazón” escribirá sobre ella:

“El agua aquella, alhaja, mi Alhajuela,
y huerto (el agua corre) de granados,
y sierra (el agua loca) de ganados,
en donde mi nostalgia se consuela,
de tu memoria (¡0h! agua) centinela.

F.Basallote

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