martes, 1 de julio de 2014

ARTÍCULOS: UNA POÉTICA DE LA CONTEMPLACIÓN



UNA POÉTICA DE  LA CONTEMPLACIÓN


“…brota el arco iris:/ entre las malvasías/ y el misterio/ de las nubes rasgadas por el aire./   Desde el pueblo he venido/ a contemplar/ la muerte luminosa de los trigos./ …

Alejandro López Andrada











 Dice Azorín de Campos de Castilla: “La característica de Machado(...) es la objetivación del poeta en el paisaje que describe(...) Hace tres siglos un poeta contemplaba el paisaje y lo describía impersonalmente...Ahora no, paisaje y sentimientos son una misma cosa; el poeta se traslada al objeto descripto, y en la manera de describirlo nos da su propio espíritu”,  y esa innovación seguida por todos los poetas del 27 llegaría a establecer en la lírica española contemporánea una relación de contemplación en la que se da la doble compenetración de poeta y mundo con una intercomunión que trasciende poéticamente.  


Susana Benet en  “La durmiente”  nos muestra un poemario de la contemplación  de la belleza más pura: “Solo yo que contemplo/ la rama, el fruto, el pájaro, / me enfrento con temor/ a la mudable vida, / a la frágil belleza.”,  en la que la poeta desea para sí: “Que el último gesto fuera/ sencillo y sosegado, ofrenda de silencio, ligero como niebla sobre el aire. /…”.  Tan sencillo, silencioso y sosegado como este hermoso discurrir por estos poemas en los que el mundo se abre a nuestro paso con su más bello presente: la de un corazón sensible a la “mínima violencia  con que un pétalo/ marchito se desprende/…


Francisco Mena Cantero en “Escrito en tierra”, tiene una   parte, volcada al exterior, al espectáculo de la Naturaleza en la que “…El día y su insistencia/ alzarán un altar para liturgia/ de quien aún siente que el tiempo/  está llegándonos de pronto.”, “…para huir, cuando el alba al exilio dulcísimo del campo/ y borrar la ciudad de su memoria.”en clara manifestación de ese canto a la felicidad de lo simple, de ese retorno a la tierra que culmina en el poema Elogio del campo, en el que  con toda su claridad dice: “Aquí las cosas/ poseen nombre propio: / árbol el árbol, luz/ la enorme claridad como enceguece; / o montaña, el latido distante de la tierra; / y amor esto de del hombre/ de consumirse en otra vida./ Aquí la eternidad se agranda…” , en una intensa emoción y goce en   “ Esta vida del pájaro y la flor/ como si no acabara nunca/ la creación del mundo.”, en la que “ Las aves –totovías,/ alondras, estorninos,/ alcaudones, zorzales…/…tienden su canto azul sobre la siembra y el mundo es diferente…”/ .Un mundo luminoso en el que “El espacio/ parece que se incendia/ forjándose en la luz…”


En “Itálica revivida”, Francisco Vélez, se detiene   en el mundo sensorial de la vieja ciudad romana , y Roma se transforma en su imagen, Itálica sentida y vivida , desde “…el ruiseñor cantando/ a Venus su amor diario”  al recuerdo de un tiempo: “En estas calles fue posible escuchar/ amor y odio, las risas y las lágrimas/…/también la ira desatada de los dioses…”,“…paseo recordando,/ aquel pasado en vuelto  en mármol grana…”, pasando, sensorial, en primavera por “Las amapolas,/ margaritas y lirios blancos/ coronan el Anfiteatro…”, admirando el duelo   de las diosas: “Desde su bosque Diana/Eterna a Venus contempla…” o el mosaico de los pájaros que le hace decir: “Si en esta tarde sonara la voz de Virgilio…tal vez estos pájaros levantarían el vuelo…” o la danza de la náyade, a la que pedirá: “ Huye del frío mármol de Carrara,/ baila, muestra danzarina/ tus placeres y pasiones/…”.. Llegando en su  contemplación del atardecer en el Anfiteatro a ese punto culmen en el que el poeta asume el peso del tiempo: “Es con el sol de la tarde ya inclinado/ cuando la vestidura gris del Coliseo/ asume la pátina de la historia “.


Cerca de Nagoya, en la llanura de Nobi, los ríos Kiso, Nagara e Ibi, se unen en el parque Kiso de los Tres Ríos, constituyendo un paisaje donde el tiempo se detiene en la propia contemplación de su quietud.   A esa confluencia nos conduce Ventura Camacho en su poemario “Los tres ríos de Kiso”:  “Todo lo que éramos/ lo dejamos frente a los tres ríos de Kiso/.../ Aprendíamos/ el noble arte de la elección/ y sus afluentes/…” dirá en el poema que abre el libro    y contemplando el discurrir de su agua :“La verdad, decía mi maestro frente al acantilado, / pierde todo su prestigio, /toda la admiración milenaria, / muda la piel cándida y sencilla, / cuando te deja solo, apartado, / cuando sin orilla, / nadie es más duradero que la espuma…” dirá, confrontando la aparente solidez de la piedra con la efímera duración de la espuma, símil de la vida. Hablará de la humildad del árbol, su independencia: “Porque el árbol no exige que reparemos en él/ hay que celebrar su humildad/…/ porque el mundo sin nosotros es mundo/ y nosotros sin el mundo apenas nada.”.   


Desde los albores de la humanidad la literatura está llena de viajeros que no dejan de buscarse a sí mismo en la manifestación del mundo que hallan.  Mas, ese sendero no conduce a certezas, sino al mismo corazón del hombre, así Basho, el poeta japonés conmovido por el paisaje de Shirakawa, escribió: “Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma”. O sea, es imposible tocar las viejas piedras de las ciudades sin impregnarse de emociones, hasta el punto de que el viajero llegue a decir con Antonio Machado: “ni sé si voy conmigo a solas viajando”, es decir, me acompaña la emoción continua del camino.  Y eso es lo que hace Luís Artigue en Los lugares intactos dejar plasmadas  las emociones que las ciudades han ido dejando en su camino . Muestra    un cierto sentido del descubrimiento en las grandezas aparentes de la humanidad, como dirá en el Machu Pichu: “buena cuenta del éxito, del poder, de la vida/ y del amor eterno/da/ asomarse a las ruinas de un imperio.”o en los lugares escondidos como: “La oscuridad de una pequeña ermita/ es la de todos esos poemas que expanden el entendimiento”, en Aveiro. En Una ilusión de continuidad, dirá desde la capital del mundo: “Me siento como el árbol que se mira en un río desde que estoy en lo alto/ de Nueva York.” .Y desde las alturas del Duomo de Florencia: “…El  trémulo/ entramado de nubes. / La villa inmortal enardecida con cierta luz de ficción/ que han tomado prestada a crédito los cuadros del Cinquecento.”  Llegando  a “Jerusalén, la ciudad  cuarteada por las apropiaciones de Dios.” y terminando en Roma: “la ciudad cuya belleza aún es un edicto de alegría


A veces la contemplación es compenetración con el mundo como sucede en el poemario de Vicente Gallego “Mundo dentro del claro” Hay en todo el poemario un tono celebratorio, una especie de canto al mundo y a sus elementos: “Suavidad de este aire,/ beso audaz de la tierra,/ perdón claro del fuego,/abismo de la luz,/ murmullo de las aguas,/ ¿no ha de alzarse mi estrofa?/…”  y al mismo tiempo una clara intención de depuración poética: “ ¿Se puede con el hueso del poema/ -pelado del decir, servido en blanco- / convidar su pulpa, darlo pleno?/…”, para llegar a decir: “descárname, palabra, y abre mundos.”, como sistema de profundización en este territorio de la pureza del poema, que se ciñe al misterio de lo sencillo y de lo instantáneo, para la mejor interpretación del mundo: “En este eterno instante/ todo está comprendido, lo grueso, lo sutil,/de la cósmica noche y de su día.”. Y al mismo tiempo una comunión con él: “ Bajo la dejadez del cielo azul,/ a orillas del mar, cumplido el día,/ arena entre mis dedos, sal de amor/ en esta intimidad de la ola blanca”, tan hermosamente definida y tan contundente: “ En el pecho sufrido de la noche,/ la plata del lucero.”,  bajo el poderoso influjo  del  instante luminoso: “…Antes, antes, entero y vivo, un destello –la avispa-/ prendió fuego a los mundos.”.

©F.Basallote



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