viernes, 12 de abril de 2013

RESEÑAS III - POETAS ESPAÑOLES. Luís Rosales, "Diario de una resurrección"




RESEÑAS DE OBRAS DE POETAS ESPAÑOLES

DIARIO DE UNA RESURRECCIÓN,LUIS ROSALES












DIARIO DE UNA RESURRECCIÓN
LUIS ROSALES
Prólogo de Luís García Montero
VISOR. Madrid, 2010


“Para mí ha sido,  el poeta vivo más importante en mi país, uno de los hombres más sabios en el sentido imperecedero de la palabra sabio y uno de los hombres más buenos en el buen sentido de la palabra, como diría Antonio Machado.”
Félix Grande




Dentro de las conmemoraciones del Centenario de Luís Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992), Visor ha tenido el acierto de reeditar Diario de una resurrección, quizás la obra más peculiar del gran poeta  y un libro de amor esencial en la poesía española del  siglo XX,  según Félix Grande “ uno de los libros más hermosos de la poesía amorosa, en el que la palabra resurrección queda unida a este poeta que ahora sale del purgatorio”, en clara alusión a los sucesos históricos que gravitaron sobre su persona y que el poeta extremeño, íntimo colaborador de Rosales, atajó contundentemente con La calumnia.  

La catarsis española  afectó personalmente a su poesía que, iniciada en los alegres esplendores del 27 bebiendo en los poetas “puros” desde Juan Ramón Jiménez a Guillén y a Aleixandre,  se tornó intimista y angustiada, perteneciendo a la "poesía arraigada", como llamó Dámaso Alonso a aquellos poetas que se expresaban "con una luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad.". Poetas que vuelven sus ojos a Garcilaso; pero que en el caso de Luis Rosales se queda como etapa superada, como dice  Félix Grande:"acabó encontrando una forma poética que entrelaza la iluminación verbal, la reflexión filosófica, y la narrativa, lo que hace que su poesía en los últimos de su vida fueran las puertas de entrada a la poesía del siglo XX".
“Quiero –escribe Rosales- decir una cosa tan sólo, que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo”. “Si es que algo queda –continúa escribiendo Rosales-, en la ceniza de mis palabras será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo”. Cita Francisco Arias Solís estas palabras del poeta quien en una entrevista a J. Julio Perlado dice: “Yo he sido un hombre sumamente alegre, ligado a la vida, con una capacidad de vivir la vida desde sus aspectos más pequeños, más cotidianos y recónditos, y vivirlos con intimidad, con deslumbramiento. … Y es curioso que una persona tan alegre como yo durante años haya escrito una de las poesías más desengañadas que se han escrito en nuestro tiempo….”

Y ese hombre que durante tanto tiempo escribió esa poesía logra en Diario de una resurrección una difícil y magistral combinación de lirismo íntimo y modernísimo enfoque narrativo, alcanzando cotas de extraña, deslumbrante y desasosegante emoción, y consiguiendo uno de los mejores libros de amor de la poesía española.

En  Diario de una resurrección ese hombre “sumamente alegre, ligado a la vida,” manifiesta con una voz clara esa energía vital de una manera verdaderamente poderosa, derramando en su existencia ese vitalismo oculto; esa alegría hasta entonces contenida en los márgenes de la cotidianeidad, se desborda como un torrente de sorprendentes caudales en un amor radical, capaz de resucitar una vida, una forma de existencia, resurgiendo un hombre nuevo , resucitado en esa primavera  profunda  del poema de Jorge Guillén que encabeza la obra : “Tú, tú, tú, mi incesante/ primavera profunda…”  

En todo amor hay un deslumbramiento primero: “ Como la ausencia en un cristal que no se empaña/ estoy viendo tus ojos cuando cierro los míos/…/ y me miraban ya con ese mandamiento que es igual que una esponja,/…/  Y recuerdo también que aquella noche/ -creo que era el 29 de septiembre- /tus palabras eran de lluvia,/ y/ sin embargo/ en ellas pude ver hasta la sombra de tus huesos./…/ y tus ojos me miraban lavándome/ el estupor a tientas que es la vida…” . Deslumbramiento que se produce curiosamente a las puertas de la muerte, en un  Hospital: “…te voy a recordar que estábamos entonces en el Sanatorio/Puerta de Hierro, / en la planta primera a la derecha, / viviendo cada cual una postrimería/..,/Esa muerte contigua que nos acompañaba sin conocernos/ ha sido el arco iris del dolor,…”. Momentos para siempre decisivos: “…yo recuerdo que la primera vez que hablamos/ me mirabas con tal intensidad/ que te quedabas añadida a mis ojos…”. Los ojos, la luz cierta, la ventana no sólo del alma sino del tiempo no compartido y del tiempo futuro: “…te quiero tanto que cuando sigo tu mirada puedo llegar hasta tu niñez/ pero también hay veces, muchas veces, que al mirarte te estoy profetizando…”

Y hay una conciencia  de este resurgimiento: “ depende de saber que nuestro amor pudo resucitarnos/ -esta fue su misión y la ha cumplido-…”, nacimiento del amor : “ …si tu me lo pidieras / en ese instante mismo nacería.”, “…quien no vuelve a nacer  todos los días en las manos de alguien es indudable que descansa en paz…”,  donde el descubrimiento de la persona amada  es continuo: “…a mí me gusta verte andar,/…/a mí me gusta hablar contigo,/ que a mí me gusta oírte/ cuando tu claridad se convierte en dureza lo mismo que el carbón cristaliza en diamante.,/…/.me gusta mirarte como si regresara de vivir/ …/·  Y una plenitud : “…siento ya bajo la lengua la miel anticipada…”, “ …tú eres/ el corazón que he olvidado de cerrar,/ mi sed,/ mi sangre aparte,…”. Plenitud en el deleite de los cuerpos: “El tacto es como el mar/ y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se muere sino hacia adentro,/…/...y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada/ ascendiendo de la sombra a la luz/…”, “…y tu cuello de miel agonizante, / y tu cintura que es de agua/ y recorro, una vez y otra vez el corto territorio de tu vientre…”. Y plenitud del instante, el gozo de lo efímero: “Tú, mi instantaneidad, mi únicamente/ la lluvia que vino a vivir conmigo…”, “Tal vez sólo es posible que podamos amarnos/ mientras que dura un beso/…/ pero/ sólo puede durar/ mientras que dure un beso.”

Hay sin embargo una presencia letal, el latente miedo a la pérdida, en el que la ausencia es una especie de escalón inferior; pero doloroso: “La ausencia pesa tanto que es preciso convertirla en espera…”. Y ese miedo le hace decir al poeta: “…no es posible que sea real esta ventura/ infinitiva, / que tenemos…”  y “Quizás en toda plenitud hay una forma de terror…”. Mas lo cotidiano construye la vida: “…y nuestros corazones suben una vez más, / con esfuerzo testarudo y discípulo, / un amor/ o un andamio, / un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la mesa se hace pan…”, a pesar de
que en ella puede introducirse como una serpiente  una voz por teléfono que dice: “Puta, lo habréis pasado bien,..”

Y esa conciencia liminar del tiempo, sus plazos ineludibles…: “Y cuando llegue el fin, /
amiga mía, / cuando llegue la noche transitable,…”,  “Ya he empezado a morir para aprender a verte/ con los ojos cerrados, y pienso que es mejor, / para toda la vida no basta un solo amor, / tal vez el nuestro sea para toda la muerte.” , último verso verdaderamente estremecedor y claramente indicativo de la intensidad del amor…

Leer este Diario de una resurrección es una experiencia única no sólo desde el punto de vista del sentimiento tan bien transmitido, esa emoción lectora que construye de verdad la poesía, sino desde la perspectiva de la palabra, del verso construido con elementos tan modernos, tan experimentales que parecen  que traen la frescura de lo recién escrito, muestra evidente de su perennidad.


©F.Basallote
Publicado en Papel Literario, 19/09/2010



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